A finales del siglo XVII, la Compañía de Jesús acariciaba la idea de construir una nueva iglesia con la advocación de San Teodomiro, patrón de la ciudad, sueño que comienza a hacerse realidad precisamente en el año 1700, gracias al desahogo económico del Colegio jesuita, a las promesas que muchos particulares hicieron al Padre Rector Sebastián de Viedma, y a la ayuda del Padre Provincial Fernando Castellano, proyecto que fue valorado en más de 80.000 ducados.

Se encargó la realización del proyecto al Maestro Figueroa, quien presentó una planta similar a la del Colegio de San Hermenegildo de Sevilla, trazas que fueron rechazadas, siendo necesario encargar un nuevo proyecto al Maestro mayor Pedro Romero el Viejo, que fue finalmente aprobado por el Padre Provincial, mientras que para la realización de las portadas fue contratado el maestro arquitecto sevillano Francisco Gómez Septién.

Se iniciaron las obras el 19 de abril de 1700, para lo cual hubo de derribarse las aulas de Gramática, comprar tres casas aledañas y permutar otro inmueble, que fueron demolidos para tener mayor amplitud en las obras. Como se continuaba en la necesidad de contar con más espacio para la realización del nuevo edificio, se solicitó al Cabildo de la ciudad la concesión de un espacio público situado delante de la iglesia vieja, que les fue concedido, librando el Concejo 100.000 maravedís para ayudar a la fábrica de la nueva iglesia. Por último se compró la casa de D. Alonso Cifuentes, permutando la Casa de Cuna al Cabildo de la ciudad por otra casa del Colegio situada en la Puerta de Morón.

El 19 de julio del mismo año se comenzaron a abrir los cimientos de la nueva iglesia, que después de allanados y emparejados, fueron bendecidos por el P. Rector a finales de abril de 1701, "...siguiendo el ritual romano, asistiendo la comunidad con sobrepellices, cruz alta y ciriales y en cada uno de los cuatro ángulos se puso de ladrillo principal unas monedas grandes de plata con la efigie de nuestro Rey y Señor Felipe V...".

Las obras continuaron hasta 1704 bajo la dirección de Félix Romero, Maestro de Sevilla, quien labró la iglesia hasta la cornisa exterior y los arcos torales de la cúpula. La construcción del templo se retoma en 1707 (hasta este mismo año las obras estuvieron paradas debido a la crisis económica provocada por la falta de cosechas), colocándose el anillo de la cúpula y tejando la mayor parte de las cubiertas, gastándose la suma de 8.000 reales. Paralizadas de nuevo las obras, no será hasta 1711, cuando se retomen, tejando las torres y varias capillas, a la vez que se realiza la cubierta ochavada de madera para la cúpula. Debido al fallecimiento del Maestro Félix Romero, se encargó la continuación de las obras al Maestro Pedro Romero el Joven, "hermano del Maestro que la empezó, mozo de mayor habilidad que su hermano", terminando la obra de la linterna con ladrillo tallado y azulejos, rematándola con una cruz de hierro calada, dorada y embutida de reliquias, realizada por el maestro herrero Juan González, que fue colocada el 20 de septiembre de 1713.

En marzo de 1714 se continuó con las obras "... se empezó lo prolijo y curioso que registra la vista en la cubierta exterior de la capilla mayor, brazos y cabeza de su crucero con el adorno por si mismo manifiesto...", mientras a finales del mismo año, los trabajos se centraban en enlucir y blanquear todos los techos de la iglesia, la bóveda de cañón, el crucero y las tribunas con yeso blanco de Utrera.

Se colocaron en las hornacinas de la media naranja las esculturas de los cuatro evangelistas realizadas por el escultor Antonio de Quirós, además de las cuatro pechinas en yeso blanco, en cuyo centro se colocó una lámina "de casi dos varas de alto y a proporción de ancho de los cuatro Doctores de la Iglesia, en cuya pintura se esmeró D. Lucas Valdés, pintor afanado de Sevilla", obra que fue encargada al escultor y entallador Juan Luis Gatica, maestro de Carmona, quien siguió los dibujos realizados por el pintor sevillano. Por estas mismas fechas, dos ensambladores sevillanos realizaron en yeso blanco cortado los 18 capiteles de las pilastras de toda la iglesia, "haciendo hermosos lazos y florones en que se gastaron dos meses". También se hicieron las vidrieras de los altares del crucero y las situadas en las seis tribunas altas de la iglesia "con dos cajones de vidrios que se trajeron de Sevilla". Por último, es por estas fechas cuando se hacen los balcones de hierro de Suecia para las tribunas de toda la iglesia, que fueron labradas en el Noviciado de San Luis de Sevilla por el mismo maestro que realizó los de aquella iglesia. En las referidas obras se gastaron hasta finales de septiembre de 1715 la cantidad de 27.805 reales, sin incluir los gastos de madera, comida, vino y el transporte del yeso desde Utrera.

Las obras continuaron en el mes de agosto de 1719, finalizándose 16 meses después. Se colocaron los balcones y las barandas de las tribunas así como la solería de las mismas y se blanquearon. Gracias a una donación Real se terminó la sacristía y la escalera que sube al coro, sobrando caudal para la realización de dos retablos, uno dedicado a Nuestra Señora y otro a San José.

Mientras se realizaban las obras de la iglesia, el Sr. D. Francisco Cañaveral, costeó un retablo dedicado a la Concepción de Nuestra Señora, cuya imagen realizó el maestro imaginero Pedro Duque Cornejo “hoy el más afanado estatuario de la Andalucía a cuyo estofado ha concurrido con sus limosnas la Congregación y ha tenido todo el coste de 660 ducados”.

Para el adorno de los altares en el estreno de la iglesia concurrieron algunas señoras de la ciudad con tapapieles de seda, de los que se hicieron frontales, manteles, galones, etc. Se terminó de blanquear el templo, se realizaron puertas claveteadas, portadicas para el presbiterio, escalerilla, púlpito y losas para las bóvedas, todo de jaspe labrado y bruñido, sacristía y escalera al coro, importando la obra cerca de 9.000 ducados.

La iglesia fue bendecida el 14 de diciembre de 1720, por el Vicario D. Fernando Barrientos, acompañado de la mayor parte de la clerecía y la comunidad jesuita, y “...no se acabará jamás en nosotros el consuelo de tener una iglesia que es hoy por boca de todos la mejor de la Provincia" .

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En 1721 aún se proseguía con la construcción de los retablos y rematando los adornos internos de la iglesia. En enero de 1722 se concertó la realización del retablo mayor con el Maestro de arquitectura José Maestre, en 25 reales de vellón "sin entrar en este ajuste ni el primer banco que ha de ser de piedra, ni las estatuas que llegarán por todas a 12 ó 13", dándole por señal 300 pesos y el plazo de año y medio para acabarlo. En julio de este mismo año, se estrenó el banco de piedra del retablo mayor "que se compone el todo de jaspe negro muy rico, boceles, grifos, mediascañas y cornisa de jaspe colorado”, con un coste de 2.029 reales de vellón.

En octubre de 1726 se colocó el retablo de San Ignacio, realizado por el Maestro José Maestre, de quien son todos los retablos de la iglesia "con su banco de piedra jaspe encarnado y zócalo de jaspe negro de mejor vista que el del altar mayor"; mientras, en enero de 1730 comienzan a ejecutarse los retablos de San Francisco Javier "uniforme al de N. S. P." y el de San Francisco de Borja "donde colocó las reliquias que tenía este Colegio" . Hacia 1733, se realiza el retablo del Santo Cristo de la Salud "uniforme al de San Francisco de Borja y así quedaron los siete altares de la iglesia adornados con retablos correspondientes" .

En 1740, se realizó el cancel de la puerta principal de la iglesia y en 1745, se erigió el altar de San Juan Nepomuceno, para el que D. José de Rojas, administrador de millones de esta ciudad, costeó la pintura y el marco, esperando la comunidad que los fieles contribuyeran para realizar un buen retablo a este santo. En este periodo se doró el retablo de San Ignacio, costeado a instancias del Padre Provincial Domingo Rodríguez. En 1746 se realizó el retablo de San Juan Nepomuceno y el cancel de la puerta del costado de la iglesia, obra del Hermano Gregorio Álvarez.

D. Juan de Romera solicitó su deseo de donar un retablo dedicado a San Joaquín "a correspondencia del altar del Santo Nepomuceno", faltando sólo por realizar la escultura central y las dos laterales, quedando colocado el retablo en febrero de 1747. En este tiempo se comenzó el dorado del retablo de San Francisco Javier, por el mismo maestro que doró el de San Ignacio y se fabricó la baranda "que abraza todo el presbiterio con los colaterales". En 1749, para finalizar el retablo de San Francisco Javier, llegaron de Sevilla tres estatuas estofadas de los tres santos mártires del Japón, realizadas "por uno de los más célebres estatuarios", colocándose también las que D. Joaquín de Romera había encargado de San Joaquín, San Vicente Ferrer y San Juan Bautista. Gracias a las limosnas se doró el retablo de San Juan Nepomuceno y se comenzó a dorar el de San Francisco de Borja, continuándose en 1751 con el dorado del retablo del Santo Cristo de la Salud.

En Real Decreto de 1 de marzo de 1767, Carlos III ordena la expulsión de la Compañía de Jesús de los territorios de su Reino y la confiscación de todos los bienes materiales que poseía. Dos años después de la expulsión, en consulta efectuada el 16 de abril, se resolvió que en el Colegio de Carmona se hiciese una Casa de Pupilaje o Pensión, con aulas y habitaciones para los maestros de Latinidad y Retórica. Respecto a la Iglesia de San Teodomiro del referido Colegio, se autorizó trasladar a ella la Parroquial del Señor San Salvador, aceptando las reiteradas peticiones que había realizado el Cura Párroco de la misma, obligándosele a cumplir las cargas espirituales fundadas en el Colegio. Por último, la antigua Iglesia Parroquial de San Salvador, debido al estado de ruina en el que se encontraba, se redujo a lugar profano --con la aprobación de la autoridad y los Ritos Eclesiásticos--, destinándose a la construcción en ella de casas habitables, cuyo producto o beneficios fueron aplicados a la Fábrica de la Parroquia trasladada, cediendo a ésta los ornamentos y vasos sagrados de la Iglesia de San Teodomiro. Con este traslado se lleva a cabo una primera modificación en el retablo mayor, ya que la escultura de San Teodomiro que presidía el altar, por ser el titular de la Iglesia jesuítica, fue trasladado a otro retablo de la iglesia, colocando en su lugar la imagen del Divino Salvador, titular de la parroquia trasladada.

Desde este momento y prácticamente hasta principios del siglo XIX, la iglesia sufrió diferentes remodelaciones: las cubiertas, que amenazaban ruina, fueron sustituidas; se emprendieron obras de consolidación en la media naranja, llevadas a cabo en 1804. A mediados de la centuria pasada Pascual Madoz se refiere a la Iglesia del Salvador con las siguientes palabras: “...la del Salvador, cuyos curatos son de segundo ascenso, está servida por un cura ecónomo, nombrado, como los dos beneficiados ecónomos, por la dignidad arzobispal, cuatro presbíteros, sochantre, sacristán, organista y tres acólitos: la mayor parte del culto que se tributaba en esta iglesia, era por las hermandades; y como éstas han desaparecido, ha quedado sumamente reducido ...”.

Progresivamente el ajuar eclesiástico de la iglesia del Salvador sufre continuos expolios, en detrimento de sus objetos litúrgicos. Debido a los acontecimientos acaecidos durante la Guerra Civil, que afectaron a un número elevado de parroquias de la Diócesis, los retablos del crucero de la iglesia fueron trasladados, con las debidas licencias eclesiásticas, al sagrario de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción de Cantillana, --donde hoy se conserva el retablo mayor de la iglesia de Santa Ana, exconvento de Dominicos de Carmona--, al retablo mayor de la Parroquia de la Inmaculada Concepción de Gerena y a la iglesia parroquial de Manzanilla. Con todo ello, en la década de los cuarenta, la decoración interior del templo no tenía nada que ver con el repertorio iconográfico con que fue concebida por la Compañía de Jesús. Para sustituir los retablos trasladados, se realizaron dos nuevos, de estilo neoclásico, que se colocaron en la nave del Evangelio, donde se veneraban la Virgen del Carmen y San José, en uno, mientras que en el frontero, la Virgen de los Dolores con San Felipe Benicio y Santa Juliana de Falconeri. A los pies de la nave, en un retablo neoclásico, se daba culto a la imagen de Nuestro Padre Jesús de la Coronación de Espinas --llamado en la documentación consultada Jesús de la Esperanza--, y a ambos lados, la Virgen de la Esperanza y San Juan Evangelista, imágenes titulares de la Real e Ilustre Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Coronación de Espinas, María Santísima de la Esperanza y San Juan Evangelista, Cofradía que provenía de la antigua parroquia de San Salvador. En el lado de la Epístola, a la altura del crucero, un retablo donde se veneraba la imagen de un Crucificado; mientras, a mitad de la nave, en otro retablo, recibía culto una interesantísima imagen del siglo XIV de Jesús Crucificado con título de los Desamparados. El penúltimo tramo de la nave estaba ocupado por un retablo dedicado a San Cristóbal. El retablo mayor fue modificado, sustituyendo algunas de sus primitivas imágenes, como las de San Joaquín y Santa María, que fueron trasladadas a la parroquia de Cantillana, colocándose en su lugar las esculturas de San Teodomiro y San Judas Tadeo, mientras que la bellísima Inmaculada, obra de Pedro Duque Cornejo, presidía la hornacina central.

En 1968 se restauran las cubiertas, obras que dirigió el arquitecto D. Rafael Manzano Martos desde la Dirección General de Bellas Artes del Ministerio de Educación y Ciencia.

Recientemente el interior de la iglesia ha seguido sufriendo importantes modificaciones en cuanto a su mobiliario litúrgico: la mesa de altar, colocada originariamente a los pies del retablo mayor fue suprimida, al igual que el primitivo sagrario; La Inmaculada que presidía la hornacina central del primer cuerpo, se encuentra hoy día en el Sagrario de la Iglesia Parroquial de Santa María, siendo reemplazada por la imagen del Divino Salvador que se encontraba en el segundo cuerpo del retablo, volviendo a su lugar de origen la escultura de San Teodomiro. Las dos imágenes de los Arcángeles que flanqueaban el ático del retablo, son trasladadas a las calles laterales del primer cuerpo. Por último, el emblema de la Compañía de Jesús (JHS) situado en la base central del ático, fue suprimido, colocándose en su lugar un tondo circular rodeado por cuatro angelotes que en origen formaban parte de los estípites externos del retablo.

Presidiendo el crucero y a ambos lados del altar mayor, dos hornacinas albergan las imágenes de la Hermandad de la Coronación de Espinas, a la espera de la realización de sus respectivos retablos, obras que ya ha iniciado la Cofradía. En el crucero, enfrentados, se conservan dos altares de estilo barroco: el del Evangelio alberga la imagen Dolorosa de los Servitas mientras que en su opuesto está el dedicado a San Juan Nepomuceno. En el segundo tramo de la nave del Evangelio se da culto al Simpecado de la Hermandad del Rocío de Carmona. En el lado opuesto, se venera la imagen del Santísimo Cristo de los Desamparados, imagen de la Hermandad de la Coronación.

Actualmente la iglesia del Salvador es filial de la Parroquia Mayor de Santa María.

Este artículo fue publicado en la Revista ECCE HOMO Boletín Informativo de la Hermandad de la Esperanza, nº 8.
Carmona : Ingrasevi, 2000.

Antonio Martín Pradas

Doctor en Historia del Arte. Centro de Documentación. Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico
Inmaculada Carrasco Gómez
Arqueóloga. ARQ’uatro, S. C.