Los templos medievales dedicados a Cristo se llamaron de San Salvador, porque Salvador es el nombre por excelencia de Cristo. El Salvador. Cuya festividad se celebra cuarenta días antes de la Exaltación de la Cruz, es decir, el seis de agosto, lo mismo que la Transfiguración.

Dicen las escrituras que a Jesús se le iluminó el rostro en la Transfiguración y que sus vestidos se volvieron blancos y resplandecientes. Esto hizo que los tintoreros lo tomaran por patrono. Y fue el motivo que vinculó a los laborantes de paño de Carmona (Sevilla, España) con la cofradía de la Transfiguración de la parroquia de San Salvador, aprobada por el doctor Cevadilla el quince de junio de 1566.

Tres elementos distintos y una sola institución: San Salvador, Transfiguración y tejedores en Carmona, mediado el siglo XVI.

Esta solemnidad y cofradía también fue aplicada desde su fundación a la vocación y solemnidad de la Reina de los Ángeles Madre de Dios de la Esperanza, quedando el cuidado de la imagen de esta Virgen -ajuar, capilla, altar y lámpara- a cargo de un matrimonio que de hecho ya la cuidaba.

Yo, el provisor de Sevilla, por la presente apruebo y confirmo los capítulos de esta regla de la Cofradía y Hermandad de la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo y de la Fe y Esperanza de Nuestra Señora, instituida en la iglesia parroquial de San Salvador de la villa de Carmona.

Y la cofradía tuvo a su cargo, además, sin figurar siquiera en el título, a la Virgen del Socorro de la misma parroquia.

Le antecedió en preeminencia la de Concepción, establecida en el convento de este mismo nombre, y le siguió San Roque, establecida en el Carmen, según consta por decreto episcopal de ocho de julio de 1617.

Luego, la cofradía del Dulce Nombre de María, fundada en la parroquia de San Bartolomé, se unió a la Transfiguración y Esperanza, y la de Jesús Nazareno le puso un pleito de prelación, resuelto el nueve de marzo de 1657 a favor del Dulce Nombre, siempre que actuara bajo el amparo de la Esperanza.

La cofradía fusionada fue letífica, lo mismo que ambas por separado, aunque celebró la Cuaresma y salió a la calle en Semana Santa.

Don Antonio Barba, escribano de millones de esta ciudad de Carmona, siendo prioste, sacó de penitencia el primero año de mil seiscientos cincuenta y ocho esta cofradía, y hizo todos los pasos y dispuso los domingos de Cuaresma sermón con Su Majestad manifiesto con mucha fiesta, y otras cosas de grandeza y honor a esta cofradía.

Para lo que ejecutó un Ecce Homo de tamaño natural (dos varas de altura, 1'67 metros) atribuido a Pedro Roldán, maestro de pleno siglo XVII. Que aún conserva y con el que aún procesiona.

Gregorio Bravo fue prioste -o hermano mayor- del Dulce Nombre de María y Nuestra Señora de la Esperanza desde primero de mayo de 1665 hasta último de enero de 1669, y la cofradía, con un ingreso total de 38.350 maravedís en este periodo, le dejó a deber 140.606, pese a que no fue hombre de caudal, según alegó el prioste siguiente, Juan Bautista del Villar, en el pleito entablado por Bravo para cobrar la deuda. Ya fuera a costa del tributo a favor de la cofradía sobre una casa de la calle del Palomar (hoy, Ramón y Cajal) o a costa de las limosnas, incluso de las coronas y vestiduras de las imágenes, por muy inalienables que fueran.

Vino, después, la calma y, a continuación, las ordenanzas de tejedores de 1732 obligaron a ser cofrade de la Esperanza para pertenecer al gremio. Y todo siguió sin sobresaltos, hasta que la iglesia de San Salvador se hundió parcialmente y entró en ruina total pasadas las once y cuarto de la mañana del tres de noviembre de 1779, cuando el arquitecto Pedro de Silva estaba remodelando el pórtico.

Pasó la parroquia, provisionalmente, al cercano convento de Madre de Dios y, una vez adaptada al nuevo uso por el maestro de obras del arzobispado José Álvarez, a la iglesia del antiguo colegio de la compañía de Jesús, que se llamó en adelante del Divino Salvador. Fue el domingo de resurrección veinte de abril de 1783. Y con la parroquia pasó la cofradía.


El hermano mayor saliente José Valdés entregó los bienes de la cofradía a su cargo al hermano entrante Cristóbal Vázquez por inventario de seis de junio de 1785. De este asiento se desprende que una campanilla abría la procesión de penitencia a fines del siglo XVIII, formada por dos tramos de hermanos encabezados por la manguilla y dos varas de alcalde y por el estandarte y otras dos, seguidos del paso de misterio, San Juan, el simpecado y dos varas, el clero, el convite de autoridades, en su caso, y el paso de palio.

La campanilla, las varas y los cofrades que presidían los pasos, en total trece hermanos, vestían túnica lobera en señal de luto, con capirote y soga a modo de cíngulo, los tres hermanos limosneros, uno por paso, túnica perdonera a rostro descubierto, y el resto de la comitiva llevaba traje de calle.

El paso de misterio escenificaba la Presentación al Pueblo, con Jesús y Pilatos asomados a una baranda dorada sobre andas doradas, San Juan iba sobre una sencilla parihuela con peana, y Nuestra Señora, vestida de sacerdotisa, también sobre peana, iba bajo palio de tres varales, con techo y bambalinas de terciopelo con guarnición, puntas, letras y dos marías de plata.

En la tarde del veinte de febrero de 1817 andaba la cofradía de la Esperanza tan decaída, tan sin culto de ningún tipo que su hermano mayor, Juan Martín, que pertenecía al gremio de pañeros, puso las llaves, alhajas y demás cosas en manos del párroco Antonio de los Ríos y de los beneficiados Juan María Acuña y José Mesa Jinete. Abriendo un proceso que desembocó en la renovación de regla, aprobada por el arzobispado el quince de abril de 1818.

En adelante, la única condición para pertenecer a la Ilustre Hermandad y Cofradía de Penitencia de la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo, de su Sagrada Coronación de Espinas y de la Fe y Esperanza de María Santísima será gozar de los derechos ciudadanos y tener buena vida y costumbre, sin necesidad de la más mínima vinculación con el sector textil.

Esta regla moderna constaba de proemio y nueve capítulos. El segundo de ellos referido a la procesión de penitencia: a las tres de la tarde del Jueves Santo, dos nazarenos abrían la comitiva a comienzos del siglo XIX, tocando la trompeta clamorosamente, seguidos de un nazareno con el guión, seis con cirios, dos alcaldes con bastones, el estandarte y un primer grupo de hermanos, el convite, el paso de la Coronación de Espinas -antes de la Presentación- acompañado por dos nazarenos con cirios, cuatro hermanos y el paso de San Juan, el simpecado y un segundo grupo de hermanos, las hermanas, la cruz parroquial, el clero y el paso de palio. Los nazarenos, que como mínimo eran veintiséis, vestían capuz y túnica negra de cola ceñida por una soga.

El mismo segundo capítulo impedía la costumbre de vitorear a las imágenes en la recogida.

Se prohíbe el víctor que al regreso de la procesión se hace al entrar las santas imágenes en la iglesia, por parecer que es un fervor indiscreto e impropio para semejante día, y por haberse notado en otros de otras procesiones algunos desórdenes con motivo de la concurrencia de personas de ambos sexos que se juntaban a dicho espectáculo.

Así como las francachelas de los costaleros.

También se prohíbe las comidas y cenas que se les tiene a los hermanos que llevan los pasos, como también las rifas que con este motivo suelen hacerse, por no ser nada conformes a las máximas de nuestra santa religión y en conformidad a las reales y sabias disposiciones que así lo ordenan.

Fernando VII llegó a Carmona procedente de Sevilla en la tarde del veintitrés de octubre de 1823, partiendo para Écija a las seis de la mañana siguiente, y la Esperanza, al parecer forzada por un miembro del séquito del monarca, posiblemente el duque del Infantado, le nombró hermano mayor perpetuo. Y, en consecuencia, la hermandad empleó el título de Real a partir de la aceptación formal del cargo, comunicada por el conde de Miranda el diecisiete de enero de 1824. Siendo el regidor perpetuo y maestrante Antonio Fernández de Córdoba y Sandoval su lugarteniente, por orden de veintinueve de marzo.

Con la desamortización eclesiástica decayó la hermandad, siéndole incautadas una casa en la calle de los Galindos y una suerte de olivar en el sitio del Alamillo. Un rayo afectó seriamente al Salvador. Y el mundo cofrade estuvo prácticamente en suspenso durante el Sexenio Democrático. Luego, la Esperanza salió de nuevo en cofradía -alguna vez, con la Virgen en soledad- pero a las ocho y media de la noche del Viernes Santo, dirigiéndose por la Calle del Sol a Santa María, Convento de las Descalzas, Calle Martín López, Prim, Puerta de Sevilla al Arrabal.

El cabildo, en sesión celebrada el dos de marzo de 1897, aprobó el reglamento de enterramiento de la Real Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Coronación y María Santísima de la Esperanza, que fue, en verdad, una nueva regla. Quedando la junta constituida a su tenor por el capellán Eduardo José Carrera, el teniente de hermano mayor Antonio Carrera Pérez, los consiliarios primero y segundo Miguel Rivas Baena y José Chamorro García, respectivamente, los secretarios José Moya Jiménez y Ramón Pinzón García, primer fotógrafo conocido de la Semana Santa en Carmona, el censor fiscal Francisco Montero Gavira, el prioste sacristán Manuel Carrera García y los diputados Francisco Alfonso García, José Vázquez Rodríguez, Antonio Ramos Gómez, José Rodríguez Gavira y Juan Cruz Villar.

El siglo XX entró con altibajos, y la cofradía interrumpió la salida durante la II República y la Guerra Civil, para reanudarla esporádicamente en la década de los cuarenta. Ocupando desde entonces la tarde del Domingo de Ramos. En 1943, el imaginero carmonense Antonio Eslavas talló las figuras secundarias del misterio de la Coronación y, en 1945, el canasto. No obstante, la centuria romana que le acompañó en este periodo -gloriosa, pero mermada- se unió a la centuria de la Columna para sobrevivir, junto con la Humildad y la Quinta Angustia. Desapareciendo esta última compañía de los populares armaos en 1959.

Al año siguiente se normalizó la cofradía, saliendo ininterrumpidamente hasta el presente, salvo por inclemencias del tiempo. La reina Fabiola de Bélgica fue nombrada en 1962 camarera honoraria de la Virgen. El paso de palio sacó hermanos costaleros por primera vez en 1981 y el de misterio en 1989. Y la hermandad recuperó en el ínterin la imagen de San Juan, desaparecida de la procesión, cuya advocación incorporó al título de las reglas de 1985, actualmente vigentes, por las que se llamó Real e Ilustre Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Coronación de Espinas, María Santísima de la Esperanza y San Juan Evangelista.

A mitad de los noventa, el Crucificado de la desaparecida hermandad sacramental del Salvador pasó a tutela de la Esperanza, que lo bautizó con el nombre de Cristo de los Desamparados. Y a fines de la misma década, José Manuel Mena Hervás compuso la marcha Jesús de la Coronación, mientras que el grupo joven de la hermandad quedó inscrito en el registro oficial de asociaciones.

El carmonense Miguel Ángel Valverde añadió un centurión al grupo de la Coronación con el III millenio y José Manuel Bonilla le diseñó nuevas andas.

Nazarenos blancos de capa con capuz morado y capirote corto al modo macareno, ciriales e incensarios y el paso de Cristo seguido de una banda de cornetas y tambores, nazarenos con capuz verde, ciriales e incensarios y la Virgen con San Juan seguida de una banda de música, por la vía sacra de la Plaza de Cristo Rey, El Salvador, Plaza de San Fernando (vuelta completa), Martín López, Carlota Quintanilla… camino del Gólgota y la primavera.

 

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